CAVIGLIA

Reseñas

Reseña de la exposición Jesús Caviglia: Pensar el decir, Noviembre 2019

La lectura es inseparable del cuerpo, eso lo sabemos desde Roland Barthes. La presencia del cuerpo y el ejercicio de la lectura en el ámbito de “un arte sin tabiques”, como lo llamaba John Cage, se lo debemos a las poéticas contemporáneas. Hoy aceptamos que el lector es también un espacio leído, observado, transgredido y seducido por los textos. La razón fue subrayada sin decoro por el escritor cubano Octavio Armand: “El cuerpo no puede estar solo. El alma necesita estar sola, necesita apartarse del cuerpo mismo (…) Pero el cuerpo necesita cuerpo”.

 

Leer una obra es entregarse y vivir una situación experimental. Ahí, humano y texto no están definidos por la distancia entre ellos sino por el deseo de relación, contagio: subsumirse uno en otro. Lo propio ocurre con la escritura. ¿Acaso un texto no es una energía desplegada hacia algo? ¿No se trata de un decir llevado hacia el cuerpo de otro? ¿No es leer recibir algo ajeno y contaminarse bellamente con ello? Para Armand: “La escritura, como el tatuaje, será un intento de poseer la carne, la piel, adueñándose de eso ajeno, inhóspito, incómodo (…) Literalmente se escribe sobre el cuerpo”.

 

Jesús Caviglia en esta muestra nos vincula a ese circuito del leer-decir-desear: exponer algo, hablar sobre algo, expresarse, apropiarse del otro. Él reúne, sin domesticarlos, cuerpos literarios, históricos, musicales, plásticos y humanos. En sus piezas, la pintura del Renacimiento, la literatura venezolana, mapas de Caracas, el cáliz religioso y la erótica de la buena mesa son entregados a una lucha ¾a veces desmesurada¾ por apoderarse unos de otros.

 

En cada obra el objeto es la evidencia exterior de una poética caníbal hecha de textos disímiles. Pero la experiencia es el verdadero soporte de las ideas del artista, aquello donde todo adquiere sentido. En esta exposición decir supone aparecer en la piel de un cuerpo distinto, esto equivale a tocar y contaminarse. Por eso, los objetos y sus memorias hablan de sí mismos de la única forma que es posible: declarando sus carencias y su afán por conquistar lo ajeno. En cada pieza ellos parecieran decir: “estoy aquí, siempre en este cuerpo extraño, incompleto, hecho de otros; solo puedo hablar de mis fragmentos unidos a los fragmentos de aquel a quien poseí”.

 

El ensamblaje ¾técnica que hace posible todas estas obras¾ relaciona el retrato con el diseño del libro, la escritura poética con la estructura de un marco, el volumen de un pincel o una espátula con los tipos móviles, la tridimensionalidad de la silla con la lectura de un mapa y la curvatura de una copa con la letra itálica de un documento antiguo. Pero nada de esto está completo sin nuestro cuerpo invadido de todo lo dicho por esos textos heterogéneos. Las obras al decir miran y poseen, buscan en la experiencia del visitante nuevas palabras, texturas y memorias que contaminar y anexar. Ahí vuelven a existir, sin importar si tuvieron otro origen y si dijeron algo en otra época u otro espacio. Al adosarse a un nuevo cuerpo ¾que es el nuestro¾ repiten sin pudor las palabras de Borges: “Cada quien nace donde puede”.

 

Humberto Valdivieso
Lorena Rojas Parma

 

 

Reseña de la exposición Dinner in Caracas, Septiembre 2018

boca
que le da en su boca el alimento
  ― Rafael Cadenas

 

Aldemaro Romero integró diversos géneros musicales en sus obras, con ello le dio un carácter cosmopolita a la música venezolana. Su ejercicio creativo fue una apuesta atrevida que siguió un precepto establecido en las vanguardias del arte moderno: crear es combinar diferente. Y es ese espíritu audaz, signado por la búsqueda de un nuevo sentido poético para las cosas, el que está presente en la muestra Dinner in Caracas de Jesús Caviglia.

 

Los ensamblajes expuestos por este artista venezolano integran tiempos, sensaciones y lecturas de forma similar a como son mezclados los sabores en el paladar. Al interior de cada trabajo los recuerdos de la ciudad mítica chocan con los deseos de recuperar su belleza hoy oculta. Objetos culinarios, instrumentos y notas musicales son comprimidos entre la madera y las capas de resina. Imágenes renacentistas se diluyen entre los primeros trazados urbanos de Caracas. Los fragmentos de mobiliario pierden su utilidad práctica al plegarse a las pinturas y fotografías. En su conjunto, es una cena donde todo gira alrededor de una belleza que siempre es la misma: la de Eros urbano, un dios favorable a la empatía de lo distinto y la promiscuidad visual.

 

Las obras de Caviglia son metáforas compuestas de otras metáforas, de poéticas olvidadas por el imaginario venezolano del siglo XXI. Pueden apreciarse como síntesis visuales hechas a partir de huellas arrebatadas a los trabajos de otros creadores, a las viejas formas arquitectónicas contaminadas por el progreso y a ciertas costumbres aparentemente perdidas. En sus collages recupera y reubica los colores de Cabré, los pájaros de Reverón, la batuta y el disco de Aldemaro, las puertas de la Pastora y algunos fragmentos de su propia intimidad familiar. Sin embargo, no hay nostalgia en su proceso creativo.

 

Así como ocurrió con Dinner in Caracas ―disco grabado en 1954 por Aldemaro Romero en la RCA Victor de New York―, esta muestra es una operación del presente y no un archivo de añoranzas. Aquí la música, la literatura, el arte y la ciudad son momentos activos y no espacios guardados. Por eso, el artista elabora nuevas combinaciones para los fetiches urbanos, las poéticas culturales, los iconos religiosos y las formas arquitectónicas con un dejo escenográfico. Lo expuesto en Galería D’Museo hasta el 30 de septiembre es una puesta en escena, una performance que incita diálogos, oraciones, excesos y recuerdos.

Humberto Valdivieso

Reseña de la exposición Libro, arte y metáfora. Hacia una poética de la lectura del Centro Cultural Ucab, Caracas, 2017

 

En una interesante propuesta se presenta la exposición colectiva intitulada

LIBRO, ARTE Y METÁFORA. HACIA UNA POÉTICA DE LA LECTURA

Con más de cincuenta y cinco artistas de diversas disciplinas el Centro Cultural Ucab da la bienvenida a esta fantástica congregación de muestras clasificadas en cuatro categorías: Libros de artista, libretas de bocetos y cuadernos de apuntes o reflexiones; libros alterados; el libro como material y el libro objeto.
Humberto Valdivieso, curador de la muestra, hace la siguiente referencia al libro “No es un objeto físico, nunca lo ha sido. Aun cuando el lector siente la forma, el peso, el olor y la temperatura del papel sobre sus manos; es algo abstracto, intangible y de dimensiones infinitas. Tiene, desde siempre, un carácter virtual… Intervenir lo diseñado, hacer del libro la metáfora de una experiencia creativa, es explorar otras posibilidades. Es asumirlo como soporte, canal y materia de la creatividad: apuntar a su capacidad para abrir imaginarios, provocar encuentros y digresiones”.

Esta primera exposición que inicia este sábado 2 de diciembre y se mantendrá hasta febrero de 2018 permitirá apreciar el trabajo de Eva Agüero, Rodrigo Aguilar, Luis Alarcón, Mario Aranaga, Ricardo Arispe, Carolina Arnal, Rafael Arteaga, Alberto Asprino, Alessandra Baloa, Samuel Baroni, Pavel Bastidas, Waleska Belisario, Argenis Bellizio, Ricardo Benain, Hayfer Brea, José Luis Castro, Jesús Caviglia, Belinda Celta, Alicia Coles, Carmen Cruz Seekatz, Alicia de Lima, Constanza De Rogartis, María Dopazo, Pedro Fermín, Enay Ferrer, Adrián García, Nelson Garrido, Magno Güeter, Víctor Hugo Irázabal, Miriam Labarca, Gabriel Lara, Antonio Lazo, Yuri Liscano, Sebastián Llovera, Julio Loaiza, Rocio Magasrevy, Faride Mereb, Eleazar Molina, Abilio Padrón, Dianora Pérez, Francisco Pinto, Belkis Plaza, Santiago Pol, Max Provenzano, Gerda Riechert, Carlos Rodríguez, Octavio Russo, Julia Salomón Cohen, Jorge Luis Santos, Odila Servat, Daniel Suarez, Juan Toro, Urania Urdaneta, Nancy Urosa, Arnaldo Utrera, Santiago Velázquez, Agustín Villasana, José Vívenes y dará apertura al Espacio Sofía Imber del Centro Cultural.

La cita será el sábado 2 de diciembre a las 11:00 a.m., en la Sala Sofía Imber, piso 1, edificio 2 del Centro Cultural Ucab, en el marco de la 2da Feria del Libro del Oeste de Caracas.
Más información en nuestras cuentas @ccultural_ucab en Instagram y Twitter, y Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza en Facebook.

Los libros de Jesús Caviglia son libros vivos, a propósito de la exposición individual “ReEscrituras”, 700 Arte y Antigüedades, Maracaibo, 2012.
Los libros de Jesús Caviglia son libros vivos: libros que nos miran y que nos hablan, que nos transportan en nuestra imaginación y en nuestros sueños, son un camino en nuestros recuerdos y en nuestras vivencias de hoy.

Al verlos, tocarlos y repasarlos con nuestra mente, allí encontramos y nos reencontramos. Podemos hojearlos con nuestros sentimientos y con ellos acercarnos a nuestro ser, a nuestro yo individual y colectivo.

Un libro es más que un objeto de tinta y papel, un libro es parte de la experiencia humana y un anhelo por una vida mejor. Los libros de Caviglia ayudan a nuestro recorrido por ese pasado y en nuestra incesante búsqueda de los saberes por venir.

Estas obras recientes de Caviglia fueron amasadas cómo los viejos escribientes amasaban sus obras: con experiencia, con amor y sentimiento.

El resultado es una muestra de la belleza transformada en arte, su arte, en el cual nos ha envuelto desde hace décadas con su tenaz y elevado espíritu creador, con su dominio técnico sobre la materia transformada por él en sublime intemporalidad.

Texto de Eduardo Planchart Licea, a propósito de la exposición colectiva “Re-invención”, Galería Medicci, Caracas, 2010.
Jesús Caviglia describe su concepción del objeto encontrado de la siguiente manera: “Siempre he sentido que los objetos y lo desechado me son cercanos. De pequeño, todo el mobiliario que en mi casa caía en desuso era llevado a la segunda planta, donde de inmediato se transformaba en un nuevo juguete. Siento que lo que hago ahora es seguir jugando, pero de una manera más estructurada”.

El fundamenta su constructivismo sobre la concepción de obras a partir de objetos encontrados, con los que recrea su pasado para convertirlo en su presente. Los elementos que integran estos ensamblajes: fragmentos de puertas, ventanas, marcos…se conjugan para crear composiciones que equilibran lo diverso y fusionan lo clásico con lo contemporáneo.

Para Jesús Caviglia las armonías geométricas son el eje de su lenguaje plástico y evita una cromática de fuertes contrastes. Así, en piezas como Blanco transcurrido, 2006, dominan los ambientes vinculados a los blancos. Mientras que la serie Maderas de adentro, 2010, su basamento constructivo son los fragmentos de puertas, donde prevalecen los colores de la madera junto a cromáticas blanquecinas y azuladas, que se van develando en cada pieza a través del lijado, gracias al cual logra efectos que buscan destacar el paso del tiempo.

“Los objetos merecen trascender, para que así trasciendan las ideas de quienes los pensaron. Reivindicar lo cotidiano es reivindicar la vida misma” Jesús Caviglia.

El creador resume varias etapas en cada ensamblaje: la recolección de los objetos, donde se enfrenta al encuentro de lo inesperado, de los despojos de una civilización donde todo es desechado con rapidez. En esta primera etapa, selecciona los fragmentos que integran los ensamblajes, y los complementa con la búsqueda de objetos en casas de anticuarios. El siguiente momento será el de la reflexión sobre lo encontrado, hasta que se despierta el proceso creador, que podría estar basado en la lectura de una novela o el estudio de elementos de una obra artística. Y en función de esto, desarrolla el ensamblaje que se caracteriza por composiciones desde donde emana expandir equilibrio: pirámides, cubos, rectángulos, cuadrados, círculos y líneas que se integran en su discurso estético. Los objetos no son obligados a negar su origen, de ahí el gusto del creador por trabajar en serie y desarrollar una idea creativa, como ocurre con Maderas de adentro. En las piezas de este conjunto se perciben espacios dentro de espacios, cuyos centros visuales son espirales ladeadas, líneas inclinadas, rectángulos, que acentúan las estructuras originales de los fragmentos del objeto encontrado.

Texto Secretos Re-velados, una lectura de la obra de Jesús Caviglia, a propósito de la exposición “Calar”, Templarios galería taller, 2006.
La obra de Jesús Caviglia parece concebirse como una provocación al espectador. Lo induce a mirar. A mirar de distintas formas. Esto ocurre por la curiosidad que sus piezas suscitan porque juega con lo oculto y el equívoco. Toda caja, puerta o ventana cerrada parece resguardar si no secretos, al menos una historia silenciada. Este hecho es el que sostiene conceptualmente este trabajo. Caviglia rescata memorias del abandono porque en cada una de sus piezas hay un aliento de humanidad que aún transparece.

Ha asumido el arte como un medio para crear ilusiones. Asimismo con la publicidad, profesión a la que ha dedicado con éxito buena parte de su vida. Para él ambos oficios son comunicación y lenguaje y, de alguna manera, ha establecido entre ambos un vaso comunicante. Luego de su período inicial como pintor –Caviglia inició su labor artística pintando lienzos inspirados en Las Meninas– indagó este mismo tema con nuevos materiales –alambre, tela, anime, papel y óxidos– que inevitablemente le hicieron desembocar en la tridimensionalidad. Creó desde el plano, profundidades ilusorias sobre las cuales las figuras “se movían”. Este conocido tema, sobre el que se han hecho numerosas reflexiones, contiene en su seno dos elementos sustanciales en la obra de Caviglia: la teatralidad y la ilusión. Cuando el artista abandona el tema para dedicarse al collage y a la creación de cajas ensambladas dado su creciente interés por el uso de nuevos materiales y el espacio, incorpora el disfraz, el simulacro y la escenografía en su obra, tres elementos que la publicidad también comporta. La publicidad vende ilusión como el arte, ha declarado el artista, sólo que en su obra plástica –precisamente en la no figurativa– no lo hace con un fin comunicacional determinado sino como un modo de expresión. Esa ilusión aparece con la creación de un mundo nostálgico o simulado: en los gobelinos y texturas de sus primeros collages, en los materiales que utiliza en sus posteriores paletas lunares, y sobre todo, en el espacio “escenográfico” de sus cajas ensambladas. Y es que toda escenografía supone una sorpresa, algo oculto que aparece o podría aparecer, porque a fin de cuentas es un montaje simulado. Podemos entonces clasificar la obra de Caviglia según cuatro momentos formales: el collage, el ensamblaje, las paletas y los relieves y los falsos collages. De alguna forma, todos ellos dan cuenta de este razonamiento con sus correspondientes variables.

Como sucedió con los cubistas, fue el collage el que indujo a la experimentación de nuevos materiales que sobresalieron al plano bidimensional. Del collage se pasó al relieve, sólo que Caviglia, antes de ello, tuvo un largo período explorando las posibilidades ilimitadas que ofrece el ensamblaje de objetos. De allí sus cajas y paletas, estas últimas trabajadas sea con la técnica del collage, otras como ensamblaje. Atendió al llamado de los objetos especialmente viejos y desechados, abandonados en las playas deLa Guaira, que luego, en el taller, ensambla y revalora al otorgarles dignidad y nuevo sentido. Los eleva a la categoría de objetos de culto –tal como tituló a una de sus exposiciones–, aún si originalmente fueron objetos de uso cotidiano, tales como televisores, que sirven de marco para algunos de sus espacios escenográficos –en el sentido más teatral del término–; flotantes de tanques de baño con los que creó pequeños mundos, –sus Destinos de bolsillo inspirados en el diminuto planeta de El Principito– donde botellas de perfume y tubos de radio conforman enormes ciudades de rascacielos de cristal; platos, vasos y copas, objetos de carácter celebratorio y de ofrenda, que sirven de receptáculo o para brindar por alguna cosa; cajones y cerraduras, que mantienen ocultos grandes secretos, y muchos objetos más que, en definitiva, el arte eleva a alguna ilimitada significación simbólica. Porque la obra de Caviglia es susceptible de ser interpretada de muchas maneras. De allí la provocación al espectador. Óvalos, lunas, copas, guitarras, mundos o planetas, son imágenes recurrentes. Algunas proclives a alguna acepción mística o religiosa, otras más bien de impactante interés técnico y estilístico como por ejemplo, cuando sugiere guitarras mediante una visión parcial de ese objeto, tal como trabajaron los cubistas este recurso metonímico.

Los relieves y falsos collages son sus obras más recientes. El artista retoma la bidimensionalidad pero con la experiencia y el dominio de los materiales utilizados en su obra tridimensional, especialmente la madera. Los soportes son puertas, ventanas, trozos de madera envejecidos, a los que adiciona –en el caso de los relieves– trozos de madera que conforman texturas y matices variados. También adiciona objetos planos tales como tapas de gavetas con cerraduras o tiradores, patas de mesa, trozos de marcos, etc. que le permiten crear efectos de papel tapiz, formas de guitarra o composiciones abstractas según los diversos tipos de madera utilizados como collage. Esta variedad de matices y formas sustentan la composición, que, progresivamente se libera del marco escenográfico que caracterizaba a la serie anterior. Todo ello indica que el artista ha variado sustancialmente el procedimiento técnico que ahora utiliza. Pasa del objeto encontrado a la creación de los objetos; del ensamblaje retorna a lo bidimensional. Su pasión por lo material se perpetúa, pero en lugar de adicionar objetos, los crea, los compone, los dibuja. La caladora, en este sentido, es su herramienta fundamental. Es el recurso idóneo para realizar estos relieves y sobre todo lo que aquí llamamos falsos collages. La caladora es para el artista, el lápiz que marca el trazo. Un procedimiento intuitivo pero organizado, cercano a la música, basado en el balance y en la armonía al componer los elementos. Con la caladora el artista sigue libremente las formas que aparecen contorneadas o dibujadas en las vetas de la madera, cuyos surcos dan la apariencia de collage. Por eso son obras de percepción equívoca, de lectura ambigua, otra manera de trabajar la apariencia de las cosas.

No cabe duda que en toda la trayectoria de Jesús Caviglia la condición primigenia de la materia tiene gran importancia. Esta condición, cercana a lo artesanal, adquiere en sus manos valor artístico. De esta forma le rinde tributo al objeto y rinde también un tributo a la obra del hombre.

Texto de José Napoleón Oropeza, a propósito de la exposición “Objetos de culto”, Espacios Alternos del Ateneo de Valencia, Valencia, 2004.
La casa en la cual habitamos nos permite soñar en paz, cada uno de sus espacios y rincones. Así como ella resume el universo, condensa los valores de sueño y de paz: el cuarto, el cofre, el armario de los libros, la máquina de escribir o la computadora. Lo mismo que la mariposa que burla barrotes de madera y hierro y el espejo que todo lo repite. Desde su luz, contiene el alma entera, en un instante. O, acaso, en un rato prolongado por años y siglos.

La casa y todos los objetos y seres que la pueblan especializan, en grande o en pequeño, nuestros deseos: el recogimiento y la expansión del ser. Estos objetos y espacios graban, por separado o en conjunto, la historia y el tiempo de los seres que habitan la casa. Cada rincón, cada objeto, pasa a ser en la memoria un motivo de culto, de reverencia, de callada devoción. Cada uno de ellos, diría Gastón Bachelard, contiene el alma entera.

Objetos de culto, de Jesús Caviglia, que hoy admiramos en Espacios Alternos, del Ateneo de Valencia, nos entrega, en cada uno de sus ensamblajes, una puerta, una ventana para la comunión del alma con lo externo mediante la fusión de lo interior y lo externo. El objeto traído a nuestra memoria y fundido a otro, en su viejo o nuevo espacio, por virtud de la coexistencia de ambos en un rincón, ante unos barrotes, o ante fragmentos de pared o de zócalos, sintetiza lo exterior y lo interno, el pasadizo, en un solo y nuevo ser que despierta y funda la nostalgia: la posibilidad de un nuevo viaje.

En cada uno de los espacios creados por Caviglia, tras la suma de objetos, el fundido de seres para crear nuevos ámbitos para el viaje a través de la celebración de la nostalgia, se nos propone, como espectadores, terminar de ensamblar los espacios.

No de otra manera lograremos nosotros, también, como espectadores ganar, definitivamente, la conciencia de que tuvimos y tenemos una copa para el brindis y el rezo. Una puerta para entrar y salir. Un espacio para vivir y soñar. Una pared que, definitivamente, podemos volver a atravesar.

Texto de José Francisco Cantón, a propósito de la exposición “010203”, Templarios galería taller, Caracas, 2003.
Jesús Caviglia intercambia los signos de la vida diaria. Una tras otra, cada obra constituye un lugar pensado, un momento de reverencia. Singular en su origen, cada obra justifica forma y contenido a partir de un proceso introspectivo que se estructura social e individualmente, tienen su presente, su ahora, una impresión acabada que deja ver el origen de los componentes, piezas que fueron en otro momento objetos de moda, de diseño industrial, de estilo, de casa y oficina.

Las construcciones de Caviglia, son referencia a culturas cercanas y costumbres comunes. Hacen cita con la lógica aparente de las cosas. Son resultado de un proceso renovador en el que la adición juega un papel importante. Los títulos son parte integral de las obras. Anuncian el sentido espiritual con el cual han sido creadas. Sumado al carácter formal de los elementos que la integran, nos permiten reconocer un trabajo que refleja la clara vocación creadora del autor.

Son construcciones acotadas a los bordes propios de la superficie del trabajo, donde el artista recurre a la creación de formas que anuncian una multiplicidad de significados y nos inducen a la experiencia inmaterial de los recuerdos. Caviglia domina la técnica arbitraria de intercambiar el acto artístico con el sentido estricto de los elementos utilitarios y define una senda de trabajo plástico; los objetos de uso frecuente en hábitos de conducta y consumo, desprendidos del culto habitualmente doméstico, experimentan una total redefinición. Ahora se comunican, entablan un diálogo armónico, son objetos en composición, reciclados, teatralizados, ordenados, geométricamente guardados, en un todo unificado que se adueña de la heterogeneidad del tiempo.

Texto de Humberto Valdivieso, a propósito de la exposición “010203”, Templarios galería taller, 2003.
No mentiríamos si dijéramos que nuestra vida es, de alguna forma, la historia de la relación que tenemos con los objetos hasta que morimos. Lo más interesante es que morimos y ellos siguen ahí, o bien contando para otros lo que fue esa historia, o bien iniciando una nueva. La mayoría de las ciencias que estudian el paso de los seres humanos por la tierra son esclavas de los objetos. La antropología, la sociología, la historia de la cultura y la lingüística entre otras acuden a las herramientas, huellas, armas, utensilios cotidianos, prendas de vestir y a la Piedra Roseta para explicar tal o cual civilización.

Desaparecidos lo Mayas las estelas funerarias nos siguen contando su historia, muerto Bolívar sus ropas nos siguen hablando de un pequeño cuerpo que albergaba una gran alma, esfumado Reverón sus muñecas, teléfonos, trajes fantásticos y sombreros siguen chismeando sobre su locura y su grandeza.

No era extraño en la Edad Media las iglesias que recibían miles de peregrinos para ver un trozo de la “Vera Crocce” con el fin de que su relación con Cristo los ayudara a estar más cerca de él, tampoco el diente de un santo, la mano de otro o un manto sagrado. Toledo aún se enorgullece de una piedra donde pisó la virgen que resguarda su catedral. Y son esas pequeñas y grandes historias aferradas a los objetos las que motivan a Jesús Caviglia, artista plástico y publicista venezolano, a crear:
“Siempre me han apasionado los objetos, todo lo que está al descuido. He encontrado belleza en esas cosas que la gente tira y pienso que ellas pueden volver a tener un discurso, a decirnos algo. Tienen muchas vidas como los gatos, tantas como uno les quiera dar”.

Texto de Guillermo Barrios, a propósito de la exposición “Cotidianas”, Galería Okyo, Caracas, 1996.
En este nuevo viaje, Jesús Caviglia ha transportado a primer plano una serie de imágenes que, hasta ayer, sedimentaban en la profundidad de su propia obra.

Si en sus apariciones precedentes el artista nos invitaba a explorar misteriosas, fantásticas (a veces sórdidas) atmósferas cargadas de libérrimas alusiones, hoy propone una visita de su mano, a endomingados retablos.

Porfiados sentimientos y recurrencias – ora serenas, ora excitantes- han orientado su obra hacia un acampado. Precipitado por las palpitaciones ha devenido en decodificador de un vocablo propio, pacientemente construido en su obra inmediata.

En esta confrontación de urgencia, Caviglia procura una obviedad militante. Moviéndose estratégicamente al campo de la ortodoxia compositiva, reclama la simetría y el balance. Contrapone el cálculo, y transporta lo figurado a literal, lo simbólico a obvio, lo difuso a definido, el volumen a plano, lo tenso a laxo.

Depone la penumbra.

En el acampado no hay sombras. Sus piezas conllevan un oeste intravenoso al sol vespertino, cuando la resolana ha sometido identidades. La intensidad lumínica ajusta la volumetría de sus materias encontradas y su agregación reclama, sin reservas, una calidad más bien pictórica, enriquecida por las intervenciones sobre el plano que le brinda un nicho, un contexto.

Allí, en las inmediaciones de los motivos axiales de sus ensamblajes-artesanías de madera torturadas por el mar, banales mercancías de exóticos mercados o ventorrillos, memorabilias de gaveta- y mediante libres inscripciones sobre el plano aún húmedo, Caviglia apuntala su heráldica en un territorio que le sigue planteando cruzadas de vasta exploración.

Por ahora, en un recodo de esos caminos bravíos, y como bajo una generosa tienda de blancas telas (Pissarro las pintaba para proteger a sus personajes en los mercados de la Caracas decanónica), Caviglia nos ha reunido para compartir y festejar un imaginario que ayer flotaba sin control al interno de su personal cosmos.

Textos “Las huellas polimórficas” Milagros Bello, a propósito de la exposición “Asomo de lo otro”, Aspectos Galería, Caracas, 1992.
Dentro de los complejos procedimientos actuales de crear arte, de adentrarse en los laberintos desconocidos del “hacer” desde la materia bruta, encontramos que algunos artistas han desarrollado métodos personales para proceder con el gesto creador. Jesús Caviglia trabaja con huellas sobre la obra, las cuales van quedando como impronta en la superficie del soporte, a través de un método de pegar y despegar sobre ellas, telas de gobelino de diversas texturas. Es el trazo del encaje lo que queda como sedimento. El primer paso es pegar la tela engomada a la superficie del canvas; el segundo es despegarla, desgarrando en un azar calculado, diversos segmentos del gobelino, del cual queda sobre el soporte, la marca del labrado de la tela; se crea así, la primera impronta sobre la superficie, la imagen primigenia que servirá de base o de esquema inicial para proceder a otros pasos interventivos que producirán la compleja filigrana de huellas polimórficas que observamos en la muestra.

Desde este laborioso trabajo de taller, metódica y pausadamente, Caviglia va construyendo una “cocina” pictórica particular. Abandonando los conceptos tradicionales, este creador sustituye los acrílicos, los óleos o los esmaltes, por los polvos de hierro y por las materias extra pictóricas más inventivas. El gobelino con sus diversos labrados son la base dibujística de la obra, sus marcas son la primera plataforma expresiva. En segunda instancia, lo serán las variadas modificaciones procesuales que sufren los óxidos de hierro, las arenas y el agua sobre la tela de soporte. Se completa así la labor inventiva. Es ensayar, operar, transformar, en una gestación de fenómenos donde se aúnan dos gestos, el gesto del artista y el gesto de la autónoma vida de las materias. Se rompe aquí toda aproximación formal a la plástica, dando paso a las cristalizaciones visuales más imprevisibles.

Las oxidaciones derivadas del polvo de hierro originan una nueva conceptualización cromática; un diferente concepto del color y de su materialidad emerge, descartándose la idea del pigmento tradicional. Se despliegan en los trabajos las más variadas “gamas” de terrosos rojizos; se deriva una suerte de monocromía poética que deslinda su poder visual al incorporar la textura de las arenas y el delineamiento incesante del encaje del gobelino.

Un universo de transparencias y luminosidades de una vaporosa ondulancia surge de los frotados y aguadas, acentuando ese cosmos etéreo que domina la creativa.

La obra interjuega su expresión desde dos polaridades, en cada trabajo se plantean los límites imprecisos de dos polos, una frontera etérea entre ambos: materia cromática y laberintos de luz. Es la confrontación de sutiles pasajes entre incandescencias lumínicas y cromos texturados. Una brumosidad de diversa descomposiciones, en la intangibilidad de la luz, se enfrenta a la carnalidad del cromo y sus texturas.

En esa superficie de sólidos velados e imprevistos pasadizos de luz se determinan sin embargo constantes figurales, una geometría básica se deslinda en los trabajos: dos haces de luz interceptos perpendicular y variablemente, dibujan una impresa cruz de contornos difuminados; semejan a su vez, un pasadizo vértico-horizontal de apertura infinita. Esta ambigua silueta de cualidades tangenciales remite más bien a innombrables, a puntos de salida hacia la inmanencia, que orientan la reflexión al orden trascendente, a la posibilidad de una expresión desde el centro del infinito religioso. Como arquetipo y emblema, la cruz define un contexto de creencia occidental muy concreto, pero en tanto se define como pasadizo de luz, otro orden, de lo inmaterial, entra en juego.

Un haz de luz en la inmateria aleja a la obra de su sentido bruto y sensorial para situarla en indesignables; es operación del espíritu produciendo representaciones del mundo de la inmanencia y de la idealidad. Desde la parábola de los visibles y sus materias, la obra se desplaza a los invisibles, se vuelve prolongación ontológica. Desde su carne, proyecta en extensión, su visión ”au-dela” de la objetividad: el cuadro se viste de espíritu y distanciándose de su operación plástica, extrapola absolutos.

Caviglia logra dominar las intangencias posibles que se desprenden de estos intersticios lumínicos hace cavilar al espectador detenido y acucioso, que desea penetrar la apariencia e incursionar impredecibles. Es la exteriorización abstracta de la huella interna.

Desde este inicio provechoso, este creador promete abrir vertientes.

Texto “Las Musas de Caviglia”, Roberto Guevara, Diario El Nacional, 15/10/85, a propósito de la exposición “A través del espejo”, Módulo Venezuela Fundarte, Caracas, 1985.
Uno de los recursos más asombrosos del arte, es su capacidad para plantear alternativas que no se habían previsto. Tal vez esto sucede precisamente con la obra de Jesús Caviglia, artista joven que comienza esa ardua tarea de la escultura, después de haberse iniciado, como muchos otros de su generación, en el dibujo, medio que favorece las confidencias y los diálogos interiores. Pero lo que puede sorprender no es correctamente el hecho de comenzar como tantos otros, o el de proponer novedades y soluciones originales en sus obras, sino otro hecho, mucho más sencillo, que es el de procurar, por primera vez, lo que podríamos llamar bocetos de esculturas.

Surgidas de esos lugares recónditos de las emociones, tras las tentadoras tinieblas de la vida interior, estas proposiciones de Jesús Caviglia pasaron seguramente mucho tiempo escondidas en las fantasías de la adolescencia, donde pudieron permanecer como esos duendes familiares que acostumbran acosar en las noches febriles donde el hombre se inicia con desamparo total en la dura vida de la razón.

Formalmente están constituidas por mallas metálicas y telas, de todo tipo, consistentes o de transparentes encajes, pero endurecidas por las técnicas para preservarlas de la vida demasiado efímera de los velos. Son grupos escultóricos, relieves, montajes y collages, que adoptan diversas composturas, abordan a los pasantes como si estuvieran en algún lugar especial de lo sobrenatural. Pero originalmente no son presencias nuestras, son alucinaciones hundidas en las memorias tempranas del artista, deidades que sin saberlo comenzaron por convertirse en las primeras tentaciones y han seguido insidiosamente mezcladas a las respiraciones y los pasadizos secretos del instinto.

Para Caviglia, estas son “sus” Meninas: “Criaturas que se situaron más cerca de aquellos días en que saludaban con su pañuelo amarillento a través del espejo de aquel viejo libro de Velásquez”.

Pero llegaron todavía más cerca, hasta nosotros. Como antes lo sintieron centenares de artistas, la necesidad de evocación que provocan las famosas niñas encantadas del genial pintor, se han convertido en temas tan apasionantes, que invita al desdoblamiento y la exploración. Lo hizo Picasso en una serie tan espectacular y brillante que justificó una exposición histórica en París. Lo hizo también el grupo Crónica de España para convertir, tal vez, las famosas niñas en íconos culturales. Aquí mismo en Venezuela han rondado en los dibujos y pinturas de artistas de todas las edades. Pero tal vez ninguno en nuestro medio se ha dejado penetrar tan en lo hondo por las Meninas como el escultor Caviglia.

Los resultados son todavía demasiado leves. Es una gran presencia demasiado dura de llevar, a pesar de la livianidad del recuerdo y la fuerza de la rememoración. La luz implacable de Velásquez no ha sido convocada en esta oportunidad para los festines de la sensualidad y el realismo provocante. Sólo han servido las fuentes infantiles devueltas de frente al ánimo del artista y se han escapado de nuevo para el sitio secreto de la fascinación. Hay equivalencias increíbles entre los dibujos y las esculturas de Caviglia. Son ambos medios empleados para la evocación, pero con temor al encuentro. Quedan apuntadas las presencias, indicados los contornos, sugeridas las sonrisas y las muecas. Predomina una voluntad de insinuar y el temor de revelar. ¿Acaso porque también el artista no ha querido entrar de lleno en el escandaloso proceso de la confesión?

Volvamos atrás. Caviglia es sensible, inteligente, honesto. Quiere seguramente iniciar pasos más precavidos, sus Meninas no piden sangre, piden noche y sombras y distancias. No han “superado el mar de la noche” para establecer una cruenta conquista, sino mostrar cuan elusivas pueden ser las criaturas de la discreción. Si algún mérito especial puede ser atribuido a las esculturas de Jesús Caviglia es el de haber prescindido de los efectos abigarrados de las corrientes de moda. No, él ha preferido seguir su paso sigiloso, dejar que la memoria se exprese en murmullos, no en gritos.

Estos ángeles no vivirán siempre el quieto sueño de las resinas y los volúmenes pudorosamente cubiertos. Terminarán por cercar al autor. Y exigir que la noche sea esa marejada que todo comunica, porque sabe borrar los límites y dejar que sólo haya una sabiduría de roces y conocimientos.